NO ENVEJEZCAS ASÍ, MARIO
POR
CESAR HILDEBRANDT
A todos nos trabaja el
tiempo, nos roen los años, nos vuelan las horas como moscas. Yo mismo he
llegado a ser un repentino aprendiz de viejo. Un viejo, en suma. Pero un viejo
que se resiste y se resistirá a que el tiempo me convierta en un tono
reconciliado con el mundo. La rebeldía es el mejor antioxidante. Si alguna cosa
buena puedo decir de mí es que no estoy dispuesto a transar con la claque de
quienes cortan el jamón. No me da la gana. Si la cordura consiste en ser
neutral, opto por la locura. Si la sensatez es la segunda acepción de la
palabra miedo, quiero morir en mis trece. Por todas estas consideraciones, la
verdad es que me preocupa la vejez de Mario Vargas Llosa.
Mario está decidido a
ser un patriarca de la ultraderecha mundial y un vocero de la tradición nativa.
Su talento a borbotones, su labia de líder los dedica a decir, en todas partes,
que la democracia de los votos y el mercado de las cosas nos hacen felices. Y
si no lo somos es porque no queremos, porque somos flojos y autistas. Ha
borrado de la historia el ciclo imperialista y propone que nos culpemos de todo
lo que nos pasa. Como si no hubiesen hoy mismo barreras arancelarias,
asimetrías gigantescas, préstamos internacionales de estafa, trabajadores
sufriendo por empleos basura, programas de ajuste pagados por los de a pie (a
los que hay que ver arrastrándose ante la policía). Como si no existiesen
Grecia, España, Portugal. Como si no supiéramos de las hipotecas tóxicas, los
bancos ladrones, el modelo de un consumo que está matando el planeta.
Entonces viene Mario y
nos dice que somos una recua de cagones que se quejan, cuando el paraíso está a
la vuelta de la esquina si persistimos en lo de hoy. O sea en lo que hizo su
adversario Fujimori – a quien le niega mezquinamente haber puesto cimientos de
esta tómbola -, su compadre en inglés Toledo t su exenemigo “bribón y caradura”
Alan García.
Ahora a Mario le gusta
Humala. Dice que lo está haciendo muy bien. Que vamos por el buen camino. Yo
que Humala pondría algunas velas. Me miraría en el espejo. Me confesaría.
Mario es una máquina
que no tiene el botón de apagado. Viaja, escribe, dicta, encauza, apostrofa. Se
va a la India a un archi matrimonio y hace toda una crónica social sobre una
fiesta de tres días y tres noches. Condena a los ecologistas. Difama a los
gobiernos que no le gustan, que son precisamente todos los que no le gustan al
departamento de Estado. En resumen: ha llegado a ser su papá aquel señor
conservador que representaba a una agencia de noticias de los Estados Unidos y
que le inculcaba que el mundo era como era y sin apelación.
Todo aquello que no sea
de su tribu es hereje, sucio. Todo lo que no le sonríe al modelo que el
defiende es blanco de sus diatribas: gobiernos populistas, presidentes
demagogos, utopías arcaicas, socialismos podridos.
Y él parece Zeus en el
Olimpo. Habla como si la pureza fuese su hermana y la verdad su amante.
Pontifica sobre todo y avala todo aquello que pueden confirmar sus teorías.
Ha esperado ganar el Nobel
para soltarse los moños y mostrarle al mundo qué político estaba detrás del
gran escritor que siempre fue.
Acaba de producir en
Lima un seminario internacional sobre América Latina. Lo ha auspiciado su
propia ONG, la Fundación Internacional para la Libertad.
Y nos ha traído a
embajadores, vicecónsules y francotiradores de la derecha continental. Entre
ellos está Mariano Grondona, que es el Jaime de Althaus de los argentinos. O
Carlos Alberto Montaner, que es el Eudocio Ravines de Miami.
Pero quien más ha
destacado entre todas estas estrellas del pensamiento ha sido, sin duda, la
señora Josefina Vásquez Mota, la precandidata del PAN a la presidencia de
México. El PAN no es chancay de a 20. Es el partido del charro Vicente Fox, que
parecía su hermano de George W. Bush maquillado por televisa. Es el partido de
Felipe Calderón, el de los 50.000 finaditos, que llegó a la presidencia después
de que el ente electoral le robó la elección a Andrés Manuel López Obrador.
La señora viene en
representación de un partido que no es ni liberal ni decente. Y llegó a Lima de
la mano de Vargas Llosa para decirnos que la fórmula que ella tiene es la que
comparten los hombres serenos y razonables de todo el mundo. ¿Y los 40 millones
de pobres que hay en México? ¿Y la maldición de ser maquiladores? ¿Y la
política inmigratoria? ¿Y la corrupción, que en México es oceánica y que con el
PAN se ha acentuado? Nada de eso: allí está el mercado, la inversión, el Estado
desregulado haciendo lo suyo, cuates, no se me pongan bravos.
Esta misma Vásquez Mota
es la que escribió en 1998, en un diario llamado El Economista, las
siguientes palabras sobre Augusto Pinochet y su régimen de pandilleros
asesinos:
“La economía chilena
fue dejada en manos de un grupo de expertos que tuvieron que enfrentar una
fuerte crisis a principios de los 80 y sus políticas públicas estuvieron
apegadas en general a los principios de una economía de mercado que hasta hoy
han tenido continuidad y se han venido reforzando y consolidando con el paso de
los años… La dictadura chilena deja grandes lecciones y la historia se está
encargando de dar a cada quien su tributo y responsabilidad. Hay otras
dictaduras que son más peligrosas porque operan bajo una piel de cordero…”
Cuando el liberalismo
se asusta, cuando los cholos se alzan, los rotos se cansa, los pelaos gritan
lisuras, entonces vienen los tanques y ponen las cosas en orden. Y vuelta a
empezar.
Será por eso que Mario
dice ahora que Chile solo tiene problemas del primer mundo. Como si Camila
Vallejo fuese Barbie y los mapuches fuesen los extras de Condorito y los
paupérrimos sin casa tras el terremoto fuesen chusma invisible. Como si la
desigualdad no se hubiese acentuado hasta extremos insultantes en el país que
impuso el mercado bombardeando la sede de un gobierno que Nixon había jurado
masacrar.
Mario fue comunista de
muchacho, en San Marcos. Fue socialista habanero, después. Fue centrista cuando
ocurrió lo del poeta Heberto Padilla. Fue centroderechista cuando polemizó con
Rama o con Grass. Hasta allí, todo iba perfecto. Era el viaje previsible de un
enorme escritor que empieza ganando una beca para irse a Europa y termina como
novelista estelar en todo el mundo. Era la legítima trayectoria del desencanto.
Ahora, sin embargo,
este Mario inmoderado, que invita a la segundilla del jurásico conservador,
¿quién es? No lo reconozco. Este Mario, que ataca a la Kirchner por peronista,
a Correa por distinto, a Chávez por estatista, a Ortega por repitente y a Cuba
por antonomasia, ¿por qué es tan estoico con las taras y podres del sistema que
rige en el mundo?
¿No sabe de las taras?
¿No está informado de las podres? Claro que sabe y está informado. Lo que
sucede es que está resignado a vivir en el Matrix embrutecedor del que nadie
debe escapar. Decir que los viejo es nuevo, que el fracaso es éxito, que la
mugre es blanca es algo que no se le puede creer ni siquiera a un novelista.
Decir que la democracia y el mercado todo lo solucionan es un cuento merecedor
de un premio. Y es una pena que nuestro Nobel esté haciendo el papel de un
Pedro Beltrán ilustrado y a veces genial.
Mario, no envejezcas
así. Te lo pide tu viejo y rendido lector de siempre.